Hemos avanzado un buen trecho desde los tiempos de Pavlov y Freud, pero observar el cerebro humano directamente sigue siendo un asunto arriesgado. Afortunadamente tenemos a la tecnología de nuestro lado y en los últimos años, los científicos han descubierto algunas técnicas inteligentes con las que se puede echar un vistazo a la “caja negra” del ser humano sin necesidad de meter las manos en la masa.
Uno de los métodos más populares es la Resonancia Magnética Nuclear (o MRI). Esta máquina no invasiva funciona basándose en el principio de que nuestro cuerpo (cerebro incluido) se compone principalmente de agua, la cual a su vez se compone de moléculas de oxígeno e hidrógeno. Las moléculas de hidrógeno poseen un espín (o giro) magnético que puede ser alineado mediante una potente ráfaga de ondas de radiofrecuencia generadas por la máquina de MRI. Una vez que se realiza esta alineación, un segundo pulsa golpea las moléculas de hidrógeno para que rompan su alineación. En ese momento, una computadora registra el tiempo que los átomos de los diferentes tejidos tardan en realinearse a si mismos.
Los distintos tejidos poseen diferentes alineamientos moleculares, y la computadora se vale precisamente de este hecho para construir un mapa topográfico de los tejidos blandos de tu cerebro.
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